Argentina apuesta por un golpe de timón
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El hecho de que Javier Milei haya ganado por más de 10 puntos de distancia la Presidencia argentina el pasado domingo -a pesar de su falta de experiencia ejecutiva y la radicalidad de muchas de sus ideas- demuestra hasta qué punto sus compatriotas están dispuestos a correr riesgos en su búsqueda de un golpe de timón político que saque al país de la crisis en que está sumido hace años.
Al menos en teoría, las propuestas económicas “anarco libertarias” de Milei hacen sentido en una sociedad en que el estatismo y el dirigismo -con su correlato de ineficiencia, rentismo, clientelismo y corrupción- son males estructurales, que paradojalmente la propia riqueza del país contribuye a perpetuar.
Terapias de choque y medidas radicales deben atemperarse con sentido común y realismo político, además de sensibilidad social. Milei necesitará de la denostada “casta política” para impulsar su agenda.
Sin embargo, terapias de choque y medidas radicales -como cortar “con motosierra” los presupuestos, eliminar el Banco Central y dolarizar la economía, por ejemplo- deben atemperarse con sentido común y realismo político, además de sensibilidad social: por un lado, el Gobierno estará en una minoría sin precedentes en ambas cámaras del Legislativo, por lo que seguirá requiriendo el apoyo de los sectores que impulsaron a la victoria en el balotaje; por otro, en una economía con altos niveles de pobreza, inflación y asistencialismo estatal -y magro crecimiento-, la reducción del gasto público no puede ser abrupta.
Así, pese a la dura descalificación que hizo de la “casta política” en su campaña, Milei depende de ella para impulsar su agenda. La campaña de segunda vuelta dio indicios de que el ahora Presidente electo es más consciente de ello.
Dicho esto, si bien el programa y el estilo del futuro gobernante despiertan incertidumbre -incluso temores, en ciertos casos-, la alternativa derrotada garantizaba la continuidad de políticas y prácticas que están en la raíz de la crisis argentina. La disposición de los electores a apostar por un actor “no tradicional” es un reflejo de su decepción con su clase gobernante, como ha pasado en otros países de la región. En ello hay lecciones que Javier Milei haría bien en advertir.